IA, copyright y el estudio ghibli.
En los últimos meses, internet se ha llenado de imágenes que parecen salidas de las películas más icónicas de Studio Ghibli… solo que no lo son. Son productos de inteligencia artificial que, con un simple prompt, recrean el estilo visual de obras como Mi Vecino Totoro, El Viaje de Chihiro o La Princesa Mononoke. Lo que para algunos es un juego creativo y una forma de homenaje, para otros representa un preocupante robo estético. Y nadie lo ha expresado con más contundencia que el mismísimo Hayao Miyazaki.
El legendario director japonés, cofundador de Studio Ghibli y considerado uno de los más grandes maestros de la animación, no ha dudado en calificar estas prácticas como un insulto a la creatividad humana. Miyazaki ha sido crítico de la inteligencia artificial durante años, pero el reciente uso de su arte como modelo para entrenar algoritmos ha intensificado el debate: ¿puede una IA apropiarse del alma visual de un artista sin su permiso? ¿Dónde queda el copyright cuando las fronteras entre creación y reproducción se vuelven borrosas?


¿Herramienta creativa o máquina de plagio?
Las herramientas de IA generativa como MidJourney, DALL·E o Stable Diffusion se han convertido en el nuevo pincel digital. Con solo un par de palabras, cualquier usuario puede obtener una imagen impresionante. Pero muchas de esas imágenes no nacen de la nada: los modelos están entrenados con miles (o millones) de obras de artistas reales, muchas veces sin su consentimiento ni compensación.
Cuando un usuario escribe “una escena al estilo de Studio Ghibli” en un generador, lo que ocurre detrás del telón es una mezcla de cientos de capturas de películas, ilustraciones y elementos clave del estilo Ghibli. Esto plantea una pregunta legal y ética fundamental: ¿se está respetando la propiedad intelectual del estudio o simplemente se está explotando su identidad visual para crear contenido rápido?


Hay quienes argumentan que este tipo de generación es una nueva forma de arte, una reinterpretación, casi un tributo. Pero cuando los algoritmos replican tan bien que engañan al ojo humano, ¿dónde está la línea entre inspiración y apropiación? Para muchos artistas, especialmente ilustradores y animadores, la IA se ha convertido en una amenaza directa a su trabajo.
La furia de Miyazaki
Miyazaki ya había manifestado su desaprobación frente a la inteligencia artificial en el pasado, con declaraciones tan tajantes como “esto no tiene nada que ver con la humanidad” al observar animaciones generadas por IA. Para él, el arte es una extensión del alma humana, de sus emociones, su sufrimiento y su belleza. Y, por lo tanto, considera que el intento de replicarlo con una máquina es una trivialización del proceso creativo.
Recientemente, su postura cobró más fuerza cuando comenzaron a circular en redes sociales decenas de ilustraciones generadas por IA bajo el nombre de “Ghibli-style”. Usuarios de TikTok y X (antes Twitter) compartían paisajes, criaturas y personajes que parecían sacados de un storyboard de Howl’s Moving Castle, pero que eran productos de prompts en IA. Las imágenes alcanzaron miles de likes y compartidos, despertando admiración… y también una ola de críticas.

Para Studio Ghibli, el arte no es un algoritmo; es una construcción minuciosa que mezcla narrativa, simbolismo y estética. Que alguien pueda replicar esa apariencia sin entender su profundidad cultural y emocional es lo que Miyazaki denuncia como deshumanización del arte. Más que molestarse por derechos comerciales, el maestro parece dolido por una pérdida de respeto hacia la experiencia humana detrás de cada fotograma animado a mano.
Y no está solo. Artistas de todo el mundo están levantando la voz contra los modelos que se entrenan sin permiso y sin atribución, alertando sobre el impacto que esto tiene en sus carreras y su integridad creativa.
Limbo legal
El principal problema es que la legislación internacional sobre derechos de autor aún no ha alcanzado a la velocidad de la tecnología. En la mayoría de los países, los derechos de autor protegen la obra, pero no el “estilo”. Esto significa que, aunque no puedas copiar un fotograma exacto de Ponyo, puedes generar una imagen “inspirada” en ese estilo sin infringir técnicamente la ley.
Las plataformas de IA aprovechan esta zona gris. Alegan que sus modelos están entrenados con imágenes de uso libre, de acceso público, o que forman parte del “fair use” (uso justo). Pero la realidad es que, en muchos casos, se ha usado material con derechos de autor para alimentar a los algoritmos, sin autorización ni crédito. ¿Puede entonces decirse que el producto final es realmente “original”? ¿O es una forma de piratería algorítmica?
En respuesta a esta situación, ya hay demandas en curso. Artistas visuales han iniciado procesos legales en contra de compañías desarrolladoras de IA por el uso de sus obras sin consentimiento. El caso más emblemático es el de los ilustradores que demandaron a Stability AI y MidJourney. De prosperar estos juicios, podrían sentar un precedente clave sobre cómo regular la inteligencia artificial en el campo del arte.
El problema se intensifica en contextos como el de Studio Ghibli, donde el estilo gráfico tiene una identidad cultural tan definida que copiarlo puede rozar la apropiación. El debate ya no es solo legal: también es ético y filosófico.

La irrupción de la inteligencia artificial en el mundo creativo ha traído beneficios, pero también una profunda crisis de identidad artística. Lo que estamos viendo con el caso de Studio Ghibli y Hayao Miyazaki es apenas la punta del iceberg de una discusión global sobre propiedad intelectual, respeto al autor y los límites de lo que puede (o debe) hacer una máquina.
A medida que estas herramientas se integran en nuestra cotidianidad, es urgente establecer marcos legales y éticos que protejan a los creadores reales. Porque el arte no debería ser solo una cuestión de estética, sino de intención, de emoción y de humanidad. Y esa es una lección que ni la IA más avanzada puede aprender… al menos por ahora.