Skip to main content

De una apuesta televisiva por la ciencia ficción a un éxito comercial sin precedentes.

 

Por Ángel Mora

Si la televisión cambió con la llegada de Netflix y el streaming, el entretenimiento dio un giro con la llegada de su producción más exitosa, una oda ochentera repleta de elementos dignos de la ciencia ficción, personajes entrañables, y una nostalgia desbordante en una época donde el marketing emocional opera a toda marcha. Se trata de Stranger Things, que como lo hiciera Star Wars y Harry Potter en su momento, es hoy el fenómeno mundial del entretenimiento de toda una generación.

La llegada de Once a las pantallas de Netflix alrededor del mundo en 2016 no fue sino el comienzo de una era donde lo geek pasaría a ser la moda, la ciencia ficción el género favorito de todos, y sobre todo, la añoranza de otra época libre del invasivo internet, los años 80’s, una década en la que todos querríamos vivir (por encimita claro) para sentirnos en la era analógica que plantea la serie más exitosa del momento. 

Si bien en un inicio la serie fue una temeraria apuesta por la ciencia ficción de los hermanos Duffer, hoy endiosados creadores del mundo del entretenimiento, Stranger Things se convirtió en todo un éxito comercial y cultural, que con cada nueva entrega la industria tiembla ante el trepidante avance mediático de esta historia que hoy cuenta con 4 temporadas que no han hecho más que enaltecer la nostalgia ochentera, glorificar el género del sci fi, lanzar al estrellato a sus jóvenes protagonistas como las siguientes promesas del cine y la televisión, y claro, generar millones de dólares con solo mostrar su logotipo en toda clase de productos alrededor del mundo. Stranger Things es el fenómeno cultural de la generación Z, y por ende, como el internet, debe impregnar absolutamente TODO. 

Desde Hawkins, con amor… 

Una historia sencilla, en primera instancia, nos mostraba una trama donde lo paranormal, lo científico y el coming-of-age convergen para crear una excelente primera temporada que lejos estaba de ser lo que terminaría siendo hoy en día, al menos en ese entonces. En ella conocíamos a Once, esta chica con poderes psíquicos que, junto con un puñado de chicos amantes de Calabozos y Dragones, y todo lo geek de su época, emprenderán la búsqueda y rescate de Will, el amigo perdido. 

El comienzo cimentaba las bases de todo lo que Stranger Things estaba por convertirse. Pronto vendría la segunda temporada, trayendo consigo legiones de fanáticos de la historia y del cast, que, con la tercera temporada, se consolidaron tanto los jóvenes actores como la serie televisiva como los grandes protagonistas de la industria del entretenimiento de la generación. Su incursión mediática lo atraparía todo, desde la moda hasta el coleccionismo, motivando a sus fanáticos a consumir todo lo que ligeramente rozara el nombre Stranger Things. Mirar una serie protagonizada por Millie Bobby Brown o una película donde apareciese Finn Wolfhard se convirtieron en manías de los fanáticos orquestadas por el fenómeno mundial directamente en el inconsciente de los televidentes, al puro estilo del villano de esta última temporada, Vecna. 

Éxito nostálgico

La historia es buena, una propuesta original dentro el género de la ciencia ficción que nos evoca a clásicos del cine como Alien o Terminator, algo que nos lleva a discutir si el éxito de esta serie se debe enteramente a su excelente trama o al recurso nostálgico del que parece ser precursor. O ambos. Plasmar la “tranquilidad” y los días más sencillos lejos del internet invasivo de los años 80’s nos parece sumamente atractivo, más cuando vivimos en una época de constante aceleración y cambios, por lo que ver reflejada en la pantalla una historia donde lo analógico, la radio, los vinilos, el cine, etc, eran las formas de entretenerse y disfrutar la juventud resulta interesante y deseable en una década donde no hay escape de la era digital.

Y, aunque Stranger Things expuso esta época ochentera en un inicio como plano temporal y sin la finalidad de explotarlo (o eso quiero pensar), hoy, los Duffer Brothers conocen el poder de la nostalgia y cómo esto les ha funcionado bien respecto a la tercera temporada (donde se exponen los 80s en todo su esplendor), y lo han replicado en esta última entrega de forma bastante evidente, y en algunos casos, obvia y cansada. No desprestigiamos la nostalgia, ni los 80’s, pero es posible notar cuando un guiño o easter egg está ahí para evocar algo sin más que aportar a la historia, y es ahí donde los guionistas deben tener cuidado para no caer en la banalidad de esta obra tan exitosa.

Su cuarta temporada consolida el éxito cultural de Stranger Things, una oda a los 80 que ha logrado resucitar canciones de la época y posicionarlas en el número 1 de las listas de todo el mundo, pero que se balancea, al menos en lo cultural, entre mantenerse como una serie decente o caer en la etiqueta de ser un éxito que se sustenta sólo de la nostalgia y ser una moda más. Con una última temporada en puerta (al parecer, y esperemos que así sea por el bien de esta historia), Stranger Things es el fenómeno de esta generación, un éxito cultural, mediático y comercial que marcará sin duda un antes y un después en la forma de consumir entretenimiento más allá de las pantallas.