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Por Hugo Rocha

La realidad supera la ficción. Una frase de Oscar Wilde que se convirtió en un dicho de señores después de escuchar un hecho insólito; y una frase que describe perfectamente lo acontecido en Kentucky durante 1985.

Lo que estás a punto de leer sucedió en realidad, me veo en la necesidad autoral de reafirmar esto lo más que pueda, porque a mi me tomó tiempo poder asimilar esta anécdota que creo ejemplifica como todo puede venderse.

Un 11 de septiembre de 1985, un ex-agente de narcóticos llamado Andrew C. Thornton, traficaba cocaína de Colombia a los Estados Unidos; junto a su cómplice, volaba en una avioneta, donde se vieron en la necesidad de arrojar 40 contenedores llenos de cocaína debido a que el peso era demasiado. Al intentar abandonar la aeronave, Thornton murió a causa de un fallo en su paracaídas. Pero aquí la historia de este traficante no es lo que importa, si no lo que ocurrió después.

Los 40 contenedores que fueron arrojados, aterrizaron en medio de un bosque en Georgia; los cuales fueron encontrados por un oso negro que sería el protagonista de esta historia. 34 kilogramos de cocaína con un valor de 2 millones de dólares fueron consumidos por el úrsido. Causándole la sobredosis que lo mató e irónicamente lo inmortalizaría.

El cuerpo del oso fue disecado y donado a un centro recreativo de Georgia para su exhibición, en el cual no permaneció mucho, ya que por azares del destino terminaría en una casa de empeño para de alguna manera terminarse exhibiendo en un centro comercial de Kentucky como una atracción para los visitantes, donde permanece hasta la fecha.

El oso víctima de la ambición humana se convirtió en un icono para Kentucky, donde recibió el apodo de Pablo Escobear (el ingenio humano en su máximo esplendor), y donde un centenar de locales y turistas acuden para tomarse selfies con este oso.

Aquí es donde debemos detenernos para analizar como un incidente ilegal que costó una vida humana, una vida animal y millones de dólares se convirtió en una gran oportunidad comercial para un centro comercial al volverse un atractivo turístico para la ciudad e indirectamente aumentar las ventas de los locatarios de dicho mall. ¿Es esto un motivo para decepcionarnos de nuestra propia especie? ¿o algo de lo que reírnos? Eso lo dejo a su propio criterio.

Pero, la cosa no acaba ahí. La explotación comercial de esta historia continua y es momento de hablar sobre como llegó a mi conocimiento esta historia: la película que está por estrenarse el próximo mes: Cocaine Bear u Oso Intoxicado como se llamará en nuestro país (ugh, un título terrible).

La película se va por la segunda opción que planteaba, al ser una cinta de humor negro con tintes de terror en la que se agrega a la historia que este oso bajo los efectos de la cocaína realiza una sangrienta matanza, dejando decenas de cuerpos antes de su sobredosis. Suena increíblemente estúpida pero aún más fascinante y divertida.

A esta película se le suman nombres importantes dentro de Hollywood, ya que esta es dirigida por Elizabeth Banks, directora de Los Ángeles de Charlie y Pitch Perfect 2, y actriz conocida por papeles como Betty Brant en la trilogía de Spider-Man de Sam Raimi o como Effie Trinket en la saga de Los Juegos del Hambre. Además de contar con las actuaciones de Keri Russel (Dawn of the Planet of the Apes), O’Shea Jackson Jr. (hijo de Ice Cube y protagonista de Straight Outta Compton), Alden Ehrenreich (Solo), Jesse Tyler Ferguson (Modern Family), Kristofer Hivju (Game of Thrones) y el legendario Ray Liotta (Goodfellas) en su última aparición en pantalla después de su muerte el año pasado.

Sin duda alguna, desde que me enteré de este proyecto y la historia detrás del mismo, Cocaine Bear se convirtió en una de las películas que más espero este año por lo ridícula y fascinante que parece que será, y por la que les aseguro que estaré en una sala de cine el próximo 9 de marzo cuando se estrene en México. 

Quedará ver cuanto logra recaudar en taquilla esta película, pero lo que sí puedo asegurarles es que esta recaudará más millones de dólares que lo que consumió el oso, independientemente de si la película recupera su inversión o no. Siendo esta una prueba de que el marketing y el morbo de la gente pueden convertir cualquier tragedia humana (y animal) en una oportunidad comercial.

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