Jason Voorhees es sin duda alguna uno de los principales referentes del cine de terror, y probablemente podamos considerarlo como el referente del subgénero slasher; la máscara de hockey ha dejado de representar únicamente parte de la indumentaria del deporte, se ha convertido en un ícono que nos remite a sangre, vísceras y adolescentes calientes.
Además de la temática del mes, quiero contarte la historia detrás de la película original de 1980, la cual logró llegar a cines y a arrasar con la taquilla gracias a una campaña de expectativa prácticamente involuntaria; convirtiéndose en una anécdota del marketing y la industria cinematográfica que vale la pena escuchar, con la que entenderemos la importancia de la expectativa del público meta.
Todo comenzó con otro asesino enmascarado: Michael Myers; quien aparecería en la gran pantalla por primera vez en Halloween de 1978, dirigida por John Carpenter y estelarizada por Jamie Lee Curtis, la cual fue el parteaguas para el subgénero slasher y un caso de éxito financiero que muchos realizadores y estudios buscarían replicar: Halloween costó unos $325,000 y recaudó aproximadamente 70 millones de dólares.
Uno de los que inmediatamente se propusieron a hacer a replicar este modelo exitoso fue Sean S. Cunningham, un joven realizador que iniciaba su carrera con películas eróticas. Después del éxito de la película de Carpenter, este supo que debía hacer exactamente lo mismo, solo que (mucho) más violento y explícito.
Cunningham sabía que no podía perder el tiempo, por lo que en 1979 sin un guión o una mínima idea sobre qué podría tratar la película, publicó un anuncio en la revista Variety de una página entera. Solo tenía clara una cosa: el título. ¿Pero cómo era este anuncio si no tenía una película como tal? Lo más ambiguo posible, pero tremendamente efectivo.
El anuncio consistía en un fondo negro del cual un bloque de letras que leían “Friday the 13th”, rompía un cristal. Con un tagline que afirmaba que esta era “la película más terrorífica que se ha hecho”. En letras pequeñas aseguraban que la película se encontraba en producción (algo completamente falso) y los datos de contacto del mismo Cunningham.
¿Pero con qué objetivo? En primer lugar, buscaba generar expectativa e interés por una película que aún no existía, esperando que las cadenas de cines lo contactaran para ofrecerle la exhibición de su película, cosa que es muy complicado de hacer para una película independiente sin una distribuidora; y en segundo lugar, para averiguar si alguien más había registrado el nombre de la película previamente, esperando que alguien le contactara para reclamarle.
La estrategia de Cunningham funcionó: la gente mostró un gran interés por esta película que ni existía, probablemente por el gran éxito de Halloween, y las cadenas de cine y distribuidoras contactaron a Cunningham, ofreciéndole fondos para terminar la película, lo cual logró con éxito, teniéndola lista para estrenarse en 1980. Y para su fortuna, nadie reclamó por el nombre.
Este anuncio vendehúmos resultó ser un éxito total que nos entregaría a uno de los íconos del cine de terror más emblemáticos de todos los tiempos, además de 9 secuelas (en la que incluso llegaría al espacio), un remake, un crossover con Freddy Krueger, un videojuego y una infinidad de productos más.
Por más terrible que pueda ser esta saga, no podemos negar que la estrategia del joven Cunningham, quien probablemente no visualizaba a donde llegaría su inocente anuncio, nos recuerda la importancia de generar expectativa en nuestro público, donde a veces no decir mucho consigue más que decir todo, como es el caso de los tráiler de películas en la actualidad.